Resulta
harto curioso el magnífico despliegue de ayudas para intentar reflotar
el barco hundido que representa Bankia , cuando en esta galerna de
crisis y de modo impávido se ha dejado que se hundan naves más sólidas
en el proceloso mar de los intereses financieros. Cuando no curioso ya
sospechosa es esa defensa a ultranza de una inversión con dinero público
que no convence a nadie, pese al empecinamiento gubernamental por sanear
una Bankia destinada al descrédito bursátil y al enmarañamiento de la
situación con una desconfianza generalizada que amenaza ser el
prolegómeno de una hecatombe financiera sin precedentes.
Se
ve llegar la derrota de una estrategia de salvamento forzada a pesar de
las evidentes carencias y factores malogrados para seguir disimulando
el favoritismo destructivo por mantener lo que a todas luces supone una
sombra que nos sume en una oscuridad especulativa muy peligrosa; arraiga
en un proceso degenerativo de falta de seriedad y de honradez
encubierta con dinero de todos. Se ve la improvisación y el
mantenimiento de tesis contradictoriamente prácticas que pese a todo son
de continuada proyección pretendiendo forzar una confianza que no acaba
de cuajar. Las señales de fracaso son alarmantes pero no lo es menos el
experimento de ingeniería financiera que un Frankenstein practica con
miembros de distintos cadáveres, en esa absurda pretensión de mostrar
rediviva una monstruosa obra
que ya nace con el fin de que cunda el pánico y llegue a afectar
seriamente la reconstrucción económica de un país constituido de
individuos vivos, vivos y perplejos donde sentirse cobayas a cualquier
precio; incluso al de la ruina.
Sospechosamente
se intenta mantener un muerto cuando nadie ha protestado por el
aniquilamiento de una Nueva Rumasa que estaba muy viva, como en su
momento lo era aquella Rumasa saqueada delictivamente cuando nadie clamó
Justicia ante el atropello criminal que sufrió José María Ruiz-Mateos.
No puede quejarse esta España de pandereta y falacia al ritmo de esta
ópera de los despropósitos, del desafinado constante de la honradez
ahora que notamos esas estridencias que hace treinta años pretendimos
ignorar.
Bankia
es un experimento que va costar tan caro como la vida de los
trabajadores que fueron abandonados a su provocada suerte, cuando el
crédito se denegó para sostener una dinámica empresarial de la Nueva
Rumasa que condenaron a muerte desde la codicia financiera de un Banco
de Santander en la primera línea de la salvaje especulación; cómplice
Botín
también de esta nefasta gestión que puede suponer con Bankia una puya
definitiva contra la fiabilidad de un sistema bancario cuajado de
intereses ocultos que confrontan directamente contra la seguridad de la
ciudadanía, cada vez menos propensa a pagar los desaguisados de una
pandilla de facinerosos que juega con la vida ajena en tanto enriquecen
las propias. No es casualidad la cercanía del banquero porque es seguro
que se llevará rédito si fracasa estrepitosamente salvaguardar el
cadáver llamado Bankia.
El Gobierno se equivoca y lo peor es que ya muchos empiezan a dudar de la honorable intencionalidad de los errores.
Justificar
lo injustificable es esa intención desintegradora que nos precipita a
la incertidumbre de las consecuencias, habida cuenta de los
despropósitos en la pretensión de salvar lo que es un fiasco repetido se
haga lo que se haga y lo apoye quien lo apoye. Botín es capaz de ver
elefantes rosas volando y apoyar la gestión de Bankia; también es verdad
que sus fantasías están basadas en esa realidad vergonzante de que paga
a la Justicia por librarse de penar delitos que a otros no se
perdonan. Incluso inocentes son castigados por las criminalidades
encubiertas de sus verdugos. Así es y va España.
La
torre de Bankia en Plaza Castilla tiene de torcido lo que la gestión de
ese banco. Nadie se acuerda de las dos torres de Colón, rectas y con la
solidez que representaba el mayor Holding jamás creado en España con la
emblemática enseña de la abeja. Ladrones, tantos en España, no se
acuerdan de cómo saquearon y se beneficiaron de la expropiación de
Rumasa.
Lo de Rumasa no está claro, salvo que el Estado debe una cuantiosa indemnización en el debe criminal de su silencioso carácter de estafa histórica. Lo de ahora es un reflejo de lo de siempre, solo que hoy vemos con bastante claridad la clase de intereses que prevalecen al margen del beneficio colectivo.
Seguro
que si José María
Ruiz-Mateos propusiera un pacto de Estado, todos estos controvertidos y
sobrepasados gestores encontrarían nuevos cauces para solventar esta
crisis que va de mal en peor. Pero en España, ya se sabe de la envídia,
se persigue a quienes crean empleo y enriquecen el país. Se tienden
trampas para anatemizar la honradez y el compromiso. Siempre se ha
mirado por el beneficio de los pocos contra el beneficio de lo
colectivo y se ha denostado al emprendedor hasta neutralizarlo como una
amenaza.
Aún así necesitamos escuchar a hombres como Ruiz-Mateos
capaces de plantear fórmulas prácticas para sanear la banca y sin minar
más la resistencia del dinero público.
Bankia
es el monstruo de Frankenstein como los ciudadanos las cobayas de un
experimento donde los resultados no son fiables. A este ritmo y con ese
afán por seguir improvisando cualquier día nos estalla el laboratorio.
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