España
no oculta las miserias que se esconden tras la influencia corrupta del
dinero que ha sido saqueado a los ciudadanos. El latrocinio se premia
con la conformidad de una Justicia cuya parcialidad deja en evidencia la
honorabilidad de muchas togas que hoy en día son como sotanas de
fariseos, prestos a crucificar a cualquiera que no pertenezca a la casta
bancaria.
Los
empresarios asisten a su ruina con el beneplácito de la política que
bajo el mandato de Zapatero destruyó el tejido empresarial que creaba
empleo y sostenía las bases económicas de un país construido durante
muchos años. Descubrimos que todo lo erigido ha sido un paripé
permitido, en tanto se enriquecían más los verdaderos artífices de la
manipulación que nos hizo pensar equívocamente sobre la óptima dinámica,
desarrollada al encuentro de una fórmula eficaz de beneficio colectivo.
Ahora que todo queda derruido, asoma esa cúspide bancaria que parece
intocable ante la crisis, además de regenerarse con riquezas acumuladas
siendo los intocables por poderse pagar la impunidad.
Este
país posee una Justicia bajo sospecha permanente no sólo por la
influencia del poder ejecutivo sobre su esencial imparcialidad a todas
luces inexistente, sino porque la prevaricación, el favoritismo a
ultranza con algunos sectores indemnes pese a sus componendas al
descubierto, es ese orden del día previsible donde ya no hay disimulo
por aparentar un poco de esa dignidad cuya carestía comienza a irritar
muy seriamente a la ciudadanía.
Afortunadamente,
también contamos con Magistrados como puntales de ejemplaridad, pero son pocos.
Mientras
millones de ciudadanos quedan arruinados por la especulación brutal que
ha supuesto la derrota de muchos años de lucha por conseguir un futuro
ahora atrofiado, otros demuestran que no existe punición para los
flagrantes delitos si hay pecunio con que pagar la exención de las
responsabilidades penales.
El
escándalo es aún mayor cuanto más se intensifica el drama de una
población inmersa en un tráfago de corrupción cuyas consecuencias no las
pagan los responsables, sino los más inocentes de esta situación
catastrófica, acogotados por múltiples sevicias judiciales orquestadas
por el gran mostruo de la Banca que embarga la vida con la misma
facilidad que se paga con dinero de los diezmados la multimillonaria
prebenda de la vergüenza, el
descrédito, la iniquidad de las codicias, ante Tribunales con la misma
bajeza de vergüenza, descrédito, e iniquidad de las codicias que supone
el reflejo de los poderosos pagando exoneraciones a base de inadmisibles
sentencias.
Mejor
haría el banquero, quien espera salir intacto de esta quema general, en
proveer de viáticos a un país al que le debe todo. No obstante los
millones que contiene en sus arcas son aquellos que millones de
ciudadanos han perdido mediante una especulación que puede convertirse
en una espada de Damocles que termine cercenando los cuellos que ahora
se creen intocables. Vivimos tiempos de un desaliento trágico y
cualquier abuso reverbera con más evidencia y menos capacidad para
soportarlo.
Es
peligroso no creer en la Justicia pero mucho más alarmante tener motivos
más que justificados para no hacerlo. José María
Ruiz Mateos fue esa víctima que descubrió que cuando el sistema lo
falsea todo, ni los jueces son dignos del crédito que no merecen. La
expropiación de Rumasa fue un saqueo orquestado por ese sistema de las
mentiras que hoy va mostrando las máscaras con las que tantos disfrazaron sus
miserias. Hoy son millones de ciudadanos los que sospechamos sobre esa
mascarada de lo judicial que existe a conveniencia de los más poderosos
que pueden pagarse los logros de sus delitos. Rumasa era muy poderosa,
pero la víctima perfecta para una unión de sus enemigos múltiples
escudados tras la cobardía, la hipocresía y el cinismo que convirtió al
justo en perseguido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario