Algo amoral conlleva la omisión de socorro en los más variados
escenarios en que suele darse. Un accidente es la situación proclive a dejar en
evidencia a desalmados que no solo son indiferentes al sufrimiento ajeno, sino
que incluso aprovechan la tragedia para sacar un rédito. Existen ladrones que
en la confusión despojan a sus víctimas de los objetos de valor siendo
carroñeros sociales, sobrantes que se marchan disimuladamente dejando en el
abandono más atroz a quien agoniza.
En la banca advertimos de diario esa práctica de la omisión de
socorro en todos los niveles donde se presta a engaño la aparente función
social de un banco. Primero la publicidad atractiva con el deseo de “ser su
banco”; a continuación la dentellada sorpresiva como la que han recibido
innumerables empresarios, también individuos sociales. La disolución del
tejido empresarial en España se debe a los intereses especulativos de los
bancos que han creado un escenario de victimismo en que han de cobrarse, con
intereses superlativos, las miserias de quien no puede cumplir con leoninos
contratos hipotecarios. Quien tiene una hipoteca se arriesga a que se le
secuestre toda una vida. La banca merece rescate, el ciudadano no; esa
indefensión provoca mayores dentelladas depredadoras de quienes se enriquecen
cuanto más se empobrece la población.
Si detestable es la brutal indiferencia de lo bancario con el
ciudadano, repugnante es denegar socorro a la empresa cuando pretende salvar
una actividad de la que dependen miles de trabajadores. Sucedió así con Nueva
Rumasa, con un Botín merodeando el accidente para ver qué rédito se podía sacar
de la tragedia ajena. No sólo omitió socorro sino que en consecuencia se lucró
a base del destrozo generalizado de miles de personas trabajadoras. No obstante
el Botín padre ya se llevó su parte de bocado al que fue invitado junto a
un conglomerado de bancos puntales que se encarnizaron con los restos
del sector bancario de Rumasa. Toda una orquestación secreta de rapiña
que treinta años después sigue en secreto, estando a buen recaudo las verdaderas
razones parasitarias de los causantes de una delictiva expropiación de la que
se lucraron no pocos buitres políticos, económicos, sociales y alguno jurídico.
Por lo visto, la pragmática de negar auxilio engrandece las
posibilidades de la especulación a destajo y parece que el Banco de Santander
no solo asalta jubilados presionando cuando existen deficiencias para el
cumplimiento de compromisos difícilmente soportables en estos tiempos de
crisis, sino que también genera ganancias a la espera del hundimiento de sus
clientes dejando que se desfonde la actividad empresarial. Así se denuncia
ahora, cuando al banquero se le empiezan a acumular las recogidas de sus muchas
irregulares siembras.
Díaz Ferrán y Gonzalo Pascual, denuncian el modus operandi de este
buitreo a escala superlativa que ha destruido empleo y la posibilidad de
remontar una situación cuya desatención ha provocado una quiebra social de
brutales dimensiones.
El flujo monetario del banquero parece circular por las
alcantarillas de lo amoral, máxime cuando además las víctimas son convertidas
en culpables y servidas en bandeja a las iras de los perjudicados y el escarnio
de la opinión pública. La indefensión del cliente está servida y acaso se
contaba con ella cuando se firmaron multimillonarios contratos crediticios. La
estrategia de la asfixia da millonarios dividendos, sin duda.
Debe de brotar ya fuego de tanto frotarse las manos el reputado
benefactor social.
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