En
la calle lo oigo mucho y es mal síntoma para una sociedad que necesita
creer en la Justicia verdadera. La experiencia de la tragedia se suma
día a día sobre millones de personas.
En
toda profesión es necesario adquirir el aval de la experimentación, para resolver de manera
legítima la responsabilidad que conlleva el tratamiento serio del trabajo y un
conocimiento esencial para llevarlo a cabo.
Con
la cuestión de la Justicia
es de temer que algunos de los que dictan sentencias estén muy lejos de adquirir ese tipo
de experiencia inherente a la dignidad, para ser verdaderamente justos como
puntales de una sociedad que necesita creer en la profesionalidad de los
jueces.
Sin
embargo es vergonzoso comprobar que, salvo honrosas y no escasas excepciones,
la indignidad judicial de otros muchos no es del agrado de la calle ni de los
ciudadanos que en demasiados casos la soportan. Vestir toga es de una ligereza que en el
caso de algunos individuos debería someterse al dictamen del pueblo. Muy
seguramente serían condenadas gentuzas inmerecidas de tal honor con el sano fin de frenar los abusos de auténticos canallas que
detentan cargos de responsabilidad, victimando a la misma Justicia y siendo
vergonzantes miembros de la judicatura que apestan a iniquidad, prepotencia
moral y abuso prevaricador.
Algunos
de esos jueces deberían pasar por la experiencia de que les asesinaran a un
hijo; de que el banco les hiciera una trampa que propiciara acabar ante la
justicia para ser injustamente desahuciados. Deberían de ser violados anal y
vaginalmente por un grupúsculo de bestias y ser quemados vivos y atropellados
hasta la muerte. Luego resucitar a ver si dictaban las mismas repugnantes
sentencias dejando en indefensión a las víctimas.
Algunos
jueces deberían sentir la matanza de sus familias, la amputación de sus
miembros por negligencias; deberían ser contagiados de enfermedades dolorosas o
ser víctimas de un error policial, apuntados por múltiples pistolas, encerrados
en la cárcel para solapar el dislate e imputados con delitos falsos.
Algunos
hijos
de Satanás deberían sufrir el escarnio y la humillación de que un
nauseabundo juez se ría de una dolencia de oído que sufre un encausado
injustamente
imputado. Deberían vivir en carne viva el estallido brutal de sus seres
queridos en trenes reventados y sufrir la indolencia de los jueces para
esclarecer la matanza. Deberían ser expropiados hasta las entrañas y ser
humillados con todo un sistema en contra y conchabado para solapar el
delito salvaje disfrazado de justicia. Ser saqueados, vilipendiados,
asolados en el trabajo de toda una vida empresarial y anatemizados como
si el Diablo tomara las riendas de lo político, económico, social y
judicial, mostrando la verdadera cara de la manipulación rastrera tras la
que se esconden aparentes honorabilidades que engañan a todo un país.
Algunos
jueces
deberían sufrir las vejaciones que imponen con sentencias que
convierten
este mundo en un revoltijo de intereses prevaricadores, con decisiones
en manos
de torticeros defensores de Satanás sobre la Tierra. Hipócritas y raza
de víboras deberían
morir en vida para volver a nacer con agonías insufribles, gracias a que
auténticos
psicópatas ejercen de corruptos, enfermos mentales, caraduras de
catadura moral
asqueante y que son respetados por llevar toga, siendo solo inmundicia
sobre este orbe vil que hace que mucha gente se gane el cielo a pulso
por cada una de las
decisiones que ha de aguantar.
La
experiencia es un grado y sería necesaria para que esos sonados sobrantes del mundo
judicial, fueran tamizados y convertidos en desechos residuales de esta sociedad
que ha de soportar tamaña malignidad. Así escupirlos y enterrarles con la cólera del pueblo que advierte esas ponzoñas legales.
Afortunadamente
hay jueces que distan mucho de ser parte de este hedor que percibe la
ciudadanía, harta de ser diezmada con inexplicables sentencias. Con suerte,
alguna de esas basuras-que hay que detectar y separar de la gran
profesionalidad de verdaderos jueces-un día puede pasar por esas tragedias que juzgan
importándoles un bledo el dolor de los inocentes, entonces como víctimas de sus propias justicias se les enterraría para ganar
imparcialidad en el criterio social.
Seguro que hay jueces que parecen una de esas
diosas indias de múltiples manos de tanto que reciben para dictar sentencias
amañadas.
Si
se les pilla en la pútrida mezquindad de la prevaricación, de justicia
verdadera sería cortarlas todas y aun así seríamos livianos en el
castigo. En otras latitudes hasta se les corta la cabeza, como a una maligna Hydra.
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