Recordemos otra vez
aquella comida en el santuario de Fátima, al lado del guía espiritual
del Ejército Azul de María, cuando los acompañé como cámara ENG para cubrir el
septuagésimo quinto Aniversario de los Milagros de Fátima. A vueltas con
aquello que el padre César Lumbreras, sacerdote del Opus Dei, dijo sobre los lobos, serpientes y escorpiones que había en
el Vaticano pugnando por el papado, cuando
todavía estaba vivo Juan Pablo II. Diez años después, con la renuncia de
Benedicto XVI y la elección de Bergoglio- un jesuita al margen de la vanidad y del arribismo que
impera en el Vaticano-, se advierte que los cardenales han preferido encontrar
un pastor que apaciente el rebaño y lo proteja de la depredación que los núcleos
de poder han impuesto durante estos pasados años.
Pese a este intento de remedio, el mal ya está firmemente asentado en la curia
y los propósitos de poder habrán de arreciar con este intento de mediación y
que es un voto de confianza reformista por parte de los cardenales, testigos de
ese pulso con el que muchos seguramente no comulgan. Un papa jesuita es solo un voto
neutral, también una advertencia ante la
coacción que se ha debido ejercer en esa lucha interna que se ha propalado por
el mismo papa saliente, un Ratzinger que quizá con su renuncia dio un margen de
maniobra para que no se desembocara en un callejón sin salida que hubiera supuesto
un escándalo de dimensiones universales, capaz de tambalear las frágiles
columnas sobre las que se sostiene una jerarquía eclesiástica minada de mundanales
vicios y soberbias destructivas.
No tardaremos en descubrir si el apacentador es aceptado como
árbitro de la contienda o, por el contrario, los núcleos de ese poder
encubierto en una curia coaccionada y atemorizada por las ovejas negras que se
han denunciado, intentan tomar posiciones de ventaja ahora que pueden ver
peligrar los proyectos de sus codicias al descubierto.
Más que una solemne elección papal, parece que nos
encontramos con un desagravio a los males que acucian a la Iglesia Universal,
con creciente pérdida de credibilidad por el aventamiento de los trapos sucios
que internamente la aquejan. Muy seguramente, algunos de los generales que
comandan esta batalla de intereses conflictivos, puedan pensar que se ha
otorgado responsabilidades mayores a un suboficial llegado por la coyuntura y
no por la convicción de una estrategia de evangelización acorde con la voluntad
de la curia. El voto de este cónclave estaba supeditado a constituir una presa
que contuviera las aguas revueltas.
Es de prever que no tarden en parecer las grietas en ese muro
de contención papal, y no por la debilidad de un jesuita consciente de la dura
tarea que se le ha encomendado, sino por la incontenible presión que no pudo
soportar Josep Ratzinger y que podría llevarse por delante a la misma Iglesia
con la amenaza de un cisma.
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