jueves, 14 de marzo de 2013

Francisco: Una débil presa papal, para resistir las revueltas aguas internas de la Iglesia


   Recordemos otra vez  aquella comida en el santuario de Fátima, al lado del guía espiritual del Ejército Azul de María, cuando los acompañé como cámara ENG para cubrir el septuagésimo quinto Aniversario de los Milagros de Fátima. A vueltas con aquello que el padre César Lumbreras, sacerdote del Opus Dei,  dijo sobre los  lobos, serpientes y escorpiones que había en el  Vaticano pugnando por el papado, cuando todavía estaba vivo Juan Pablo II. Diez años después, con la renuncia de Benedicto XVI y la elección de Bergoglio- un jesuita al  margen de la vanidad y del arribismo que impera en el Vaticano-, se advierte que los cardenales han preferido encontrar un pastor que apaciente el rebaño y lo proteja de la depredación que los núcleos de poder han impuesto durante estos pasados años.

    Pese a este intento de remedio,  el mal ya está firmemente asentado en la curia y los propósitos de poder habrán de arreciar con este intento de mediación y que es un voto de confianza reformista por parte de los cardenales, testigos de ese pulso con el que muchos seguramente no comulgan. Un papa jesuita es solo un voto neutral, también una advertencia  ante la coacción que se ha debido ejercer en esa lucha interna que se ha propalado por el mismo papa saliente, un Ratzinger que quizá con su renuncia dio un margen de maniobra para que no se desembocara en un callejón sin salida que hubiera supuesto un escándalo de dimensiones universales, capaz de tambalear las frágiles columnas sobre las que se sostiene una jerarquía eclesiástica minada de mundanales vicios y soberbias destructivas.


   No tardaremos en descubrir si el apacentador es aceptado como árbitro de la contienda o, por el contrario, los núcleos de ese poder encubierto en una curia coaccionada y atemorizada por las ovejas negras que se han denunciado, intentan tomar posiciones de ventaja ahora que pueden ver peligrar los proyectos de sus codicias al descubierto.


   Más que una solemne elección papal, parece que nos encontramos con un desagravio a los males que acucian a la Iglesia Universal, con creciente pérdida de credibilidad por el aventamiento de los trapos sucios que internamente la aquejan. Muy seguramente, algunos de los generales que comandan esta batalla de intereses conflictivos, puedan pensar que se ha otorgado responsabilidades mayores a un suboficial llegado por la coyuntura y no por la convicción de una estrategia de evangelización acorde con la voluntad de la curia. El voto de este cónclave estaba supeditado a constituir una presa que contuviera las aguas revueltas.


   Es de prever que no tarden en parecer las grietas en ese muro de contención papal, y no por la debilidad de un jesuita consciente de la dura tarea que se le ha encomendado, sino por la incontenible presión que no pudo soportar Josep Ratzinger y que podría llevarse por delante a la misma Iglesia con la amenaza de un cisma.

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