Al
principio colaba el honor constitucionalista, junto a la democracia estrenada
con el derecho a voto para elegir nuestro destino. A estas alturas del
cuento y con el bagaje vergonzante de nuestro devenir como país, lo
pútrido ha aflorado creando una peste de difícil disimulo. Los fastos por el orgullo de de nuestra identidad
constitucional son de un cinismo repulsivo con tantos cadáveres que se
han dejado por el camino, manipulando al antojo la Ley y la Justicia que
se han descubierto en España con ese sesgo delicuescente propio de
repúblicas bananeras si es que repúblicas tan ridículas pueden tener comparación con España. Porque si algo ha quedado consistentemente
demostrado con el balance de treinta años es que este país es soberano
en hipocresía, cinismo, actividad delictiva de gran calibre encubierto
por una Justicia amañada; los politicastros han sido protagonistas del
mayor engaño que ha terminado arruinando a la ciudadanía y no hay
institución noble que no haya camuflado codicias inconfesables
aprovechando el régimen democrático para, desde las sombras, conseguir
fines totalitaristas a espaldas de la voluntad del pueblo.
Ayer
mismo el Fiscal General del Estado fue representativo payaso de este
circo del crimen que es España afirmando que para él el la matanza del
11-M era caso cerrado. Esa hipocresía criminal ante un caso que en
absoluto está resuelto ha sido la sospecha desintegradora de una
constitución de pacotilla en la que muchos han encontrado la excusa
perfecta para delinquir con apariencia de legalidad.
Como autor literario, escribí un ensayo que es grano entre la mucha paja de los que se montaron el kiosko editorial para afanarse en el lucro usando como pretexto los 192 asesinados. Sé de lo que hablo y por ello aún me parece más deleznable la villanía cobarde con que Torres-Dulce se ha expresado.
La matanza del 11-M
es un paradigma del engaño multitudinario que se perpetra impúnemente
quedando como vergüenza residual de nuestra proyección como país que,
lejos de celebraciones, debería obligársele a penitencia empezando por
la gentuza que convirtió el espacio político en un terreno abonado de
corrupción a muy alto nivel; tan alto que hasta la compra de la Justicia
fuera posible empezando por la politización de los órganos judiciales.
El Tribunal Constitucional, con ciertos elementos de repulsiva
existencia jurídica, es la vergüenza que arrastramos desde la arbitrariedad repugnante que ratificó la expropiación del Holding de Rumasa.
Misterios
sin resolver como la intentona golpista de 1981 no son motivos para
henchirse de orgullo y emocionarse por un desarrollo constitucional
absolutamente falaz y dañino. Los resultados, después de tanto disimulo
democrático, no pueden ser más nocivos para nuestras expectativas como
país.
Da vergüenza haber nacido en el mismo lugar patrio en que tantos
malhechores se han convertido en respetables ciudadanos a base de
esquilmar a la mayoría con la boca llena de conceptos de justicia
social, integridad democrática, honor, dignidad, derechos de los
trabajadores y demás pamplinas rimbombantes de tantos miserables tras
los atriles que han hecho lo que les ha salido del coño de la Bernarda.
Gentuzas de un memorial constitucionalista donde muchos han sido
vomitivas experiencias generalistas que, uno por uno y afectando a
circunstancias personales, los españoles han tenido que regurgitar
después de trasegar con monsergas legales, democráticas, por el bien
común, por el orden jurídico, por la ley que nos rige a todos, por la
satisfacción de la ciudadanía, la querencia de la integridad de los
gobernantes, el Estado del bienestar y cuantas vaciedades y estulticias
se les ha ocurrido a una caterva de ladrones, estafadores y tramposos
con ventaja que, en el caso de Felipe González llegó con una patraña
golpista para incitar al voto masivo en las urnas y el de Zapatero con
una brutal matanza que no tuvo nada que ver con células islamistas que
sí fueron reclutadas por confidentes policiales.
Misterios
como la expropiación delictiva de Rumasa donde inmundicias de la
política, la judicatura, la empresa y la política saquearon a D. José
María con una impunidad descarada, son esos sucesos que miran a nuestra
Constitución con un recelo justificado y convierten a tantas dignas y
aparentes letras en un libreto orquestado para que la listeza de muchos
majaderos se imponga por encima del criterio democrático e igualitario
que debería habernos regido estos años.
El
Sr. Ruiz-Mateos fue expoliado de la manera más infame siendo el
antecedente de la ruina económica a la que se abocó después a millones
de ciudadanos. No fue casualidad la matanza del 11-M , el advenimiento
de un inicuo majadero como Rodríguez Zapatero y las medidas destructivas que en
ocho años nos convirtieron en el hazmerreír del mundo y en un país
empobrecido y de difícil futuro.
No fue casualidad la expropiación
delictiva de Rumasa y que treinta años después-y ya exculpado de
imputaciones desde 1996- no haya un juez digno que se haya encargado de
escudriñar las suntuosas rateras donde se esconden Felipe González,
Boyer y tantos elementos criminales como lo fue Luis Valls Taberner que
llevó durante dos años al confiado D. José María hacia la brutal trampa
de la que se lucraron no solo los anteriormente nombrados sino tantos y
tantos parásitos que hoy mismo celebran el digno día de la Constitución
que les surtió de todas las artimañas para robar y delinquir masivamente
,en nombre de la dignidad democrática que a todos nos une, ja. Hoy no es día
de celebración, sino de rememorar las muchas vergüenzas de esos llamados próceres de la patria que son criminales sin castigo.
¿Qué país puede considerarse digno cuando expolia a un ciudadano que, resultando inocente de toda imputación, ingresa voluntariamente en la cárcel y pide ser juzgado para que se averigüe la realidad y responsabilidad de quienes le destrozaron delictivamente su vida personal y profesional? Eso es de un país visceralmente hipócrita, ayudado de una envidia tan proclive en esta España que destroza a sus ingenios.
¿Qué país puede considerarse digno cuando expolia a un ciudadano que, resultando inocente de toda imputación, ingresa voluntariamente en la cárcel y pide ser juzgado para que se averigüe la realidad y responsabilidad de quienes le destrozaron delictivamente su vida personal y profesional? Eso es de un país visceralmente hipócrita, ayudado de una envidia tan proclive en esta España que destroza a sus ingenios.
Todo es muy oscuro pero todavía se puede albergar fe en la Justicia por la masacre del 11-M, cuando un cobarde como Torres-Dulce deje su cargo por inútil y un juez en condiciones y presentable haga su labor con gallardía histórica.
Aún cabe la reparación de los daños por el brutal expolio contra D. José María que el tiempo ha demostrado completamente injustificado. Él ahora solo quiere responder por cuantos confiaron en él. Si hay Justicia existe la esperanza, una esperanza que es lo único que nos queda, observando el realista escenario constitucionalista que tanto ha hecho padecer a las innumerables víctimas de este engaño histórico.
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