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TRIBUNA
El infecto abuso laboral
06/04/2015@20:13:14 GMT+1
Ignacio Fernández Candela
Escritor-Crítico literario
Lena es una sociedad más, un bar radicado en el centro de Madrid que es ejemplo de explotación y gestión irregular. En el mundo de la empresa hay mucha villanía, desgraciadamente. El acoso y abuso laboral están tan generalizados que quizá sean primordiales causas de suicidio siendo el origen de los males que irrumpe en la estabilidad de las personas, cuando son despedidas por medio de rastreras artimañas perpetradas por empresarios sin escrúpulos.
Existen innumerables ejemplos de abuso empresarial provocado por una reforma laboral sostenidamente coaccionadora que permite excesos sin penalización por parte de gestores nefastos de una sociedad. El bar Lena, sito en la céntrica calle San Bernardo, es uno de esos tantos casos que esconden auténticas aberraciones propias de una explotación salvaje y chantajista, como ya se ha denunciado judicialmente.
En una columna pasada sobre Thales Group traté la problemática que supone el engaño contra los trabajadores por parte de comités de empresa que miran por los beneficios de los sindicados y no de los empleados que representan. El mundo laboral presenta múltiples debilidades que se aprovechan desde la gran empresa contra plantillas enteras que ven cuestionadas su futuro al albur de las precarias oportunidades planteadas con la crisis.
Si evidente es ese abuso en algunas grandes sociedades, es en las pequeñas donde se ha convertido en un modus operandi que da patente de corso a pequeños empresarios sin escrúpulos, capaces de exprimir a sus trabajadores rozando el delito por la absoluta impunidad que se ha generado en contra de los asalariados.
La reforma laboral se ha convertido en un ariete contra los derechos del trabajador que el Partido Popular ha ignorado en tanto los dramas de abuso se han multiplicado dando carta blanca a facinerosos que regentan una empresa con métodos mafiosos. Esos trabajadores abandonados a su suerte misérrima en las garras de desalmados, son los que votarán con afán revanchista en próximas elecciones recordando las calamidades sufridas ante enfermizos optimistas que predican la prosperidad y anuncian el fin de la crisis. Porque los populares viven a espaldas del drama cotidiano que tanta injusticia ha provocado, como las decisiones políticas, contra la subsistencia vital de millones de ciudadanos desprotegidos, la mejora económica será solo un espejismo macroeconómico en tanto no se solventen las tragedias rutinarias que padecen cientos de miles de familias españolas.
La empresa en España es necesaria y Zapatero aniquiló el tejido empresarial en siete años. El peor enemigo del obrero ha sido el socialismo zapaterista hundiendo cientos de miles de sociedades. Cuesta que sobrevivan los restos después del paso de este impune individuo, cierto. El colectivo empresarial es imprescindible para producir riqueza pero ello no debiera ser óbice para que se defiendan los derechos legítimos del trabajador, a poco que exista buena fe y sana conciencia, gestionando una sociedad que genere beneficios sin descuidar a sus empleados. Es teoría y muchos la llevan a la práctica. Hay quienes valoran el trabajo digno que se compensa con justa remuneración y no se aprovechan de la coyuntura con la escasez de oportunidades; justo es decirlo y no cortar todo por el mismo patrón.
Sin embargo, en ese colectivo habitualmente criticado por los excesos que se provocan en el ejercicio de la responsabilidad empresarial también caben malhechores, explotadores, facinerosos de baja estofa a los que una reforma laboral como la que actualmente está en vigor puede favorecer vulnerando los elementales derechos y la legitimidad del trabajador, la defensa de los más básicos intereses laborales que algunos sindicatos obvian mirando por lo suyo.
Muchas son las empresas que podrían servir de paradigma como pozos de corrupción encubierta que además de defraudar fiscalmente, arremeten contra los empleados con argucias propias de pensamiento criminal que conllevan el drama del paro. En este caso concreto denominado Lena que sirve de ejemplo, habría que inspeccionar las sospechosas irregularidades que parecen cometerse con Hacienda, además de las costumbres que atentan contra todo control sanitario, pero aún más examinar el proceso de imposición explotadora que se ha practicado contra una trabajadora injustamente despedida después de pergeñar una burda trama contra ella con el fin de ahorrar la indemnización correspondiente a nueve años de antigüedad. No es una historia novedosa, no. Desgraciadamente, tal ejemplo es uno de los cientos de miles de casos que afloran desde que desalmados que ejercen como empresarios pueden manipular las situaciones para presionar y acosar a un empleado hasta asegurarse la exclusión y el ahorro del pago correspondiente a compensaciones laborales.
La protagonista de esta historia de abuso repetido que abunda en España se llama Carmen. Se cumplen dos años desde que sacó adelante este negocio de restauración después de una crisis societaria. El empresario que suplicó entonces a Carmen que no aceptara suculentas ofertas de la competencia ofreció un sueldo digno y acorde a la valía de ella; dos años transcurridos y una vez restablecido el negocio, ha buscado una repugnante artimaña para no pagar ese sueldo, después de haberlo rebajado anteriormente, ni una indemnización que correspondía por nueve años trabajados en la empresa. El infierno está lleno de ingratos, decía Cervantes; como este elemento.
El necio del dueño ha montado una trampa contra la cocinera que daba la vida a este localucho, con la intención de despedirla ahorrándose indemnizaciones. Primero rebajó el salario con peregrinos pretextos y después procedió a deshacerse traicioneramente de ella mediante un rastrero montaje, instalando una cámara en un sótano minúsculo al que se accedía a un armario donde se encontraba una caja de herramientas y en el que puso una bolsa de dinero para cambio. Carmen fue a una zona que no tenía prohibida con el fin de coger un destornillador y apretar el tornillo de una estantería suelta en la cocina ignorando que allí hubiera dinero ninguno. Su sorpresa e indignación fue mayúscula, cuando el fullero la esperó al día siguiente con el gestor presentando la grabación del acceso al armario acusándola de haber hurtado 100 euros. En aquella grabación nada avalaba esa acusación. A continuación amenazó con denunciarla si no aceptaba un finiquito inadmisible que daba fin a nueve años de trabajo esforzado y ejercido con integridad absoluta y disciplina responsable, negándose a pagarla indemnización que no fuera una miseria y alegó falazmente retrasos en los horarios de trabajo. Ya puesto, mentir descaradamente no era problema para un ser mezquino carente de moral y dignidad. Coaccionada con quedarse en la calle litigando sin poder pagar el alquiler de su casa y sus gastos, fue obligada a aceptar el chantaje ante la estupefacción del gestor que pidió disculpas a la trabajadora en absoluta indefensión ante la trampa montada por el facineroso dueño de la cafetería.
Carmen de manera inopinada se ha quedado sin empleo pero, seguramente, el oportunista explotador haya encontrado la horma de su zapato con su estrategia ruin. Cuando la Chef Carmen libraba, la mediocridad en la cocina saltaba a la vista bajo la responsabilidad del autosuficiente mal empresario, como mal restaurador, cuyos usos de higiene dejan mucho que desear en opinión de los que ya comienzan a ser exclientes. Además, el estratega de la inmundicia moral ha preparado una rebaja generalizada de los salarios al resto del personal, sumiso y atemorizado, después de que Carmen trabajara muy duramente, siendo la alma máter, para estabilizar el negocio y ser despedida de modo execrable.
Este bar con aspecto de antro es ejemplo de cómo un empresario sin escrúpulos es capaz de abusar de sus trabajadores y despedir con estrategias estafadoras sin pagar indemnizaciones. Solo un ejemplo más de malas artes pero además repulsivas para cualquier cliente que procure comer allí. Para este restaurador no existe salud, ni higiene, no hay deferencia con los comensales que se llevan a la boca excrecencias salivares o polvo de piel muerta sobre los platos que se sirven. La psoriasis hay que cuidarla pero para un ineducado en las elementales reglas del respeto no hay precaución ni aseo básico. Hay exclientes que lo llaman guarro en el más intenso concepto de la palabra y que muestran el desagrado en la cara cuando recuerdan que la exquisita y variada gastronomía preparada por Carmen, estaba servida por las manos de este antaño camarero que nada aprendió sobre el trato amable al empleado que le dispensaron otros empresarios.
Si el trato laboral es nauseabundo, el higiénico es especialmente repugnante cuando se observa al sucio restaurador rascarse permanentemente la calva, aquejado de esa psoriasis imperceptible pero que va dejando sus rastros en cada plato que sirve. Es asqueroso hábito estornudar allá donde caiga el esputo, servir los aperitivos cocinados y no cocinados con las manos sucias, incluso trozos de tortilla delante del cliente, repugnante, y vomitivo mirar el color indefinido que va tomando su camisa a lo largo del día. Un conjunto de falta de higiene digna de cualquier visita por sorpresa de un inspector de Sanidad. Si se le mira, las ganas de comer en el local de este portugués se convierten en una náusea imposible de reprimir.
Ahora sin arte culinario, cuando expulsa a la cocinera que era garante de éxito del local, solo queda la sospecha de la ruindad, la suciedad y la repugnancia que producen el poco aseo de quien manipula los alimentos. El mérito se fue con Carmen, obligada al paro y sin apenas poder reaccionar ante la miseria moral del puerco al que se le dio perlas, como dijo Jesús, para al final revolverse e intentar destrozarla. Infecto.
Las comidas eran soberbias, cocinadas en un rincón carcelario en el que hay que ser un genio para sacar lo mejor como hacía su cocinera.
Sin las fiestas culinarias de Carmen, muy querida por los comensales, puede darse Lena por negocio muerto como la piel que cae de las rascadas que tanto acometen, como la vanidad, al descuidado dueño de un bar donde los clientes se llevan a la boca cada día e ignorándolo una pútrida genética de él.
El dueño de ese local es un emperador desnudo. Los mediocres a poco que parecen prosperar se creen los reyes del mambo hasta que se estrellan. Además de mediocre es un poco honrado manipulador de ganancias. Las propinas pasan por sus manos después de descontar lo que le viene en gana a los trabajadores: Hasta el bote administra después de meter la deshonrosa zarpa. Vive para sí mismo ignorando que la gente no va al lugar por él. Lo tienen calado. El vanidoso ególatra se fotografía con un plato en la mano y se cuelga en las paredes solo, sin contar con el equipo que saca su barucho adelante, antes con Carmen a la cabeza. La clientela se avergüenza cuando ve a este dictador ridículo en sus dominios rigiendo la vida de las personas a su antojo sin honestidad ni dignidad. Es justo que los desavisados clientes sepan lo que se llevan a la boca, de quién y de dónde. Hay muchos sitios para comer en el descanso del trabajo, así ahorrarse sospechas y certezas que enferman el estómago nada más imaginarlas.
Este bar es una muestra de cómo un mal empresario no aprovecha la oportunidad de la mejor profesionalidad de una asalariada capaz de sacar adelante un negocio en tiempo de crisis... ¿para luego prescindir arteramente de ella? Por algo existirá la palabra malnacido. Así se abusa con total indefensión del trabajador que ha de tragar lo que le echen por la inestabilidad e incertidumbre de un país consumido más allá de las optimistas expectativas de un Gobierno al que le falta humildad para admitir la realidad que niega. A este paso en las próximas elecciones se enterará para sorpresa del brujo Arriola y el confiado hasta la idiocia Rajoy.
Como este caso de Bar Lena o Pescaito Lena, absolutamente deleznable, los hay a cientos con miles de personas abandonadas a la suerte de ese suplicio de incertidumbre que a más de uno habrá llevado, de la noche a la mañana, hacia el suicidio, por la impunidad del chantaje y la coacción, la estafa contra personas que son avasalladas por zafios esclavistas que, además de acosar, juegan sucio con las reglamentaciones, las legalidades y la comida servida.
Basta ya de impunidad por abuso laboral. Basta de mucosidades y piel muerta sobre los alimentos. ¡Decencia, honradez, higiene!
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