miércoles, 6 de febrero de 2013

La heterodoxia en mi función como portavoz de D. José María





 Hay quien dice que mi labor como portavoz de D. José María es atípica, que una portavocía lo único que comporta es ser un muñidor del representado, con la máxima sobriedad posible y sin propio criterio.

Es obvio que si se me denomina portavoz es porque de alguna manera debía de ser representado socialmente cuando puse todo mi empeño personal en embarcarme, junto a D. José María, en busca de soluciones al drama de los Inversores, único motor periódico que impulsa el esfuerzo diario y la razón de vivir del genial empresario y financiero.


Ser portavoz de D. José María comportaba conocer a una víctima del percal de corrupción que siempre ha existido en España y que fue acrecentado por el paso del aberrante felipismo que institucionalizó el crimen con el beneplácito de la Justicia y la cobarde abyección del enriquecimiento personal de tantos,  bajo el silencio conchabado de una sociedad misérrima con los supuestos auspicios de la democracia. Estar al lado de José María Ruiz-Mateos conllevaba muchas más funciones y conocimientos que los propios de un simple portavoz. En realidad constituía tomar conocimiento de una injusticia histórica como sabedor de la gran hipocresía de este país, cuyas dañinas consecuencias se han observado radicalmente estos últimos años de un vértigo criminal que se inició con la matanza del 11-M aún sin esclarecer.

Mi heterodoxia como portavoz no la marco por voluntad, sino por  las complicadas circunstancias en que D. José María y yo nos hemos encontrado.


Antes de ser portavoz y jefe de prensa de él, ya tenía mis derroteros profesionales-encauzados a la creación propia- como novelista, ensayista, crítico literario, articulista socio-político y pintor artístico, de cuya calidad respondo por ser esmerado perfeccionista de mis responsabilidades creativas. De todo ello dan cuenta las cientos de miles de referencias que buscadores como Google aplican a mi identidad autora como Ignacio F. Candela o Ignacio Fernández Candela. Mal asunto el de poseer cerebro propio que ya había escrito, entre otros libros,  un ensayo de investigación acerca de la aberración política que se inició con un brutal atentado en el que hay que aplicar el sentido común ante la evidencia criminal. 



Que preponderen los aprovechados del kiosko montado para amiguetes promocionando sus pajas editoriales, vendiendo a espuertas,  buscando el enriquecimiento con la tragedia, no significa que mi ensayo no sea clarificador aún estando fuera de esa corriente de oportunismo que se han montado en lobbys unos cuantos parásitos que aprovechan los micrófonos para lucrarse con la excusa del 11-M, entre otras. Que nadie me asocie a la política, porque voy por libre. Soy un indignado solitario, de los de verdad, sin consignas sectarias.


Hay muchos buenos profesionales en los medios de comunicación, también, pero son menos.


He comprobado de primera mano la manipulación  rastrera de algunos de esos medios. Incluso llamé a un responsable de producción de noticias de un canal para decirle que un dislate se perdona pero no la malignidad de intención de un hijo de Satanás. El elemento lo encajó sin rechistar. Poco diplomático, quizá, pero ajustado a la realidad. Un mal menor es tratar con ese cinismo de la manipulación informativa de tantos parásitos de la comunicación que buscan como pirañas el bocado sensacionalista en una integración competitivamente depredadora que los hace ridículos a mis ojos observadores, inconformistas, críticos. El peor mal es el perjuicio gratuito que se inflige. Cuanto más sé de ello más vomitivo se me antoja.  Las tertulias ante cámara poseen mucho de cotilleo de portería con todo el descansillo montado en platós de televisión. Caben desde autores de plagios como estrellas televisivas, hasta la mala saña de la mediocridad personal al servicio del circo de  las males artes del infundio y la tergiversación. En España la imagen del sinvergüenza en evidencia queda siempre restablecida, pero la del digno se encargan de ensuciarla acorde a los beneficios que rinde el intento de destrucción del inocente.


Me da absoluta repulsión esa carrera competitiva por saber micrófono en ristre. Soy pues un portavoz atípico. Mi mérito, sin embargo, no reside en lo que yo pueda decir. Siendo tan rebelde a la injusticia creo que lo meritorio de mi labor está en lo que callo.    Mis conocimientos sobre las circunstancias exceden en demasía la discreción con que he de dirigirme por este laberinto de intereses cuyo fin, primero y último, es pagar a los Inversores dando a conocer la dignidad y el honor del verdadero José María Ruiz-Mateos. Es lo único que importa.


Quien crea que la tipicidad es obligada en  mi labor como portavoz puede estar muy equivocado. Mi libertad de observación y aguzada crítica las conservo y además ahora son capaces de radiografiar a la sociedad del cinismo histórico que siempre ha sido España. Los libros y cartas que guarda D. José María al respecto, son muestra fehaciente de la pútrida concepción de esta España falsaria. Dan puro asco.

Por eso no dudo en defender a D. José María con cartas abiertas por la mucha confusión histórica que se ha generado contra su persona. Yo sé quién es quién en este teatro de la democracia inexistente que se montó para indefensión de José María Ruiz-Mateos y del papel desempeñado por periodistas de tres al cuarto.


Mi mérito es callar lo que pienso sobre la manada carroñera en busca de los mejores bocados de las audiencias. No me voy a explayar sobre ello pero conservo la decencia de no haber plagiado una sola línea de mis libros, de mis artículos o usar reflexiones ajenas. Cuánta falsedad destila el panorama de las comunicaciones. Inmundicia que refleja el panorama de la ruina patria.

   Ser portavoz de D. José María consiste en ver con sus ojos el escenario de felonía que siempre tuvo que soportar por el ingenio de su trabajo hasta que cedió el relevo de su oficio de mago. Los estropicios no tardaron en llegar.


Ahora es fácil saber quién es quién una vez que los amigos se han alejado de él. Otros conservan el estatus con muy poca vergüenza. Falsos todos.


Desde hace tiempo he comprendido que muchos de los encumbrados de este país lo son por ser más cretinos que no más audaces. A colación de ello conservo una foto de un ínclito personaje de respetos multitudinarios y con voz autorizada como si fuera prócer de la patria-no obstante va de académico y presidente de un periódico- en que hay una estampa familiar de la Reina con el Príncipe y las Infantas de niños, allá por los años 80.


En la foto, de cierto carácter intimista, aparece la Reina sentada en una alfombra, con Elena y Cristina a los lados y el Príncipe Felipe en su regazo. Otro fotógrafo sacaba un plano desde distinta perspectiva. Detrás tres personas- entre las que se encontraba mi padre, como militar y miembro activo  de la confianza de los Reyes en cometidos de gran responsabilidad institucional-posando en discreto plano ante el protagonismo de la Reina y sus hijos. Chocante, esperpéntico, de auténtico sinvergüenza redomado y clarificador detalle, es ver al ahora ínclito académico, agachado detrás de la Reina y los niños para salir en la fotografía. Ello explica el carácter de trepas que han llevado a cabo tantos imbéciles que se han ganado el respeto de una sociedad hecha unos zorros. 

Del estado del país fiel reflejo es la calaña de sus miembros más destacados. Con D. José María como testigo, uno llega a comprender el porqué de tanto estropicio, político, financiero, institucional, empresarial. España es un país de lerdos malintencionados que se salen con la suya a expensas de la corrupción encubierta.


Es verdad que soy portavoz atípico. Tiene mérito callar cuanto más conozco, pero lo que importa es cuanto hablo de la voluntad y del trabajo del empresario y financiero para encontrar soluciones a los problemas que él no generó. De ello también soy testigo.

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