jueves, 28 de febrero de 2013

El daño que no cesa



La desidia, la indolencia, la chulería insensible de un país con unos complejos inconfesables, han dejado que una retorcida democracia, oscurantista y falseada, fuera creciendo en una España cuya Historia contemporánea está basada en misterios sin resolver.
 

Muchos piensan que la intentona golpista de 1981 posee el mismo modus operandi que la matanza del 11-M, con chivos expiatorios incluidos; unos, militares que al día de hoy desconocen lo que sucedió y que fueron usados para que se diera un vuelco radical a la izquierda con la victoria electoral del PSOE... otros, células islamistas reclutadas ad hoc por confidentes de la Policía.

¿Es posible que perdure en el tiempo una malignidad con los mismos usos y costumbres en décadas? Por supuesto. Los orquestadores de aquellos males de antaño y los más recientes pertenecen a la misma calaña y bajeza moral y algunos de ellos todavía se dejan ver tras los atriles políticos, desde donde compraron voluntades financieras y judiciales para encubrir los crímenes perpetrados desde el poder.
 

Paradigma de ello es la desvergüenza, para todos los españoles, de la delictiva expropiación de Rumasa a punta de metralleta, llevándose todos los balances y cuentas para falsear la situación empresarial; el conchabamiento social- después del político, jurídico, financiero etc.-de entonces, con la insensibilidad por la corrupción que arremetió contra José María Ruiz-Mateos que fue exculpado de toda imputación en 1997 pero al que no se le devolvió absolutamente nada con pretextos ruines de ordenamiento jurídico amañado, pudo provocar, por impunidad y permisividad, el atentado del 2004 sin que se haya hecho nada digno, decente y moral por resolver el crimen. Mismo modo de actuar, mismos beneficiados. La casualidad no existe, pero sí una corrupción que pudre cualquier legalidad con prebendas sectarias que influyen en los jueces para ocultar los crímenes de manera continuada.

La aberración jurídica es un hecho constatable en esta democracia de la mentira. Mal asunto idolatrar a los jueces en un país injusto, cuyos ciudadanos dicen temerlos que no respetarlos. Las obras hablan de esa carencia del respeto en algunos que visten togas y que no son merecedores de ello. Afortunadamente hay Jueces que sin ser estrellas, brillan con luz propia. España necesita Justicia verdadera y revisionista. Existen  profesionales muy preparados en la dignidad para ganarse lo que en cualquier profesión se ha de ganar a pulso.  

Hay grandes juristas, sin duda, aunque hay insidias que escapan a la sentencia de lo justo. El carácter de lo español tiene la culpa de ello.
 

España es un país de indolentes, insensibles y ruines ciudadanos que solo se acuerdan de los dolores cuando se provocan en las propias carnes. Un destino de drama, tragedia y vergonzantes misterios sin resolución es lo que toca por no haber parado a tiempo este vórtice delictivo, este marasmo de incongruencias en que nos sumieron aprovechando el egoísmo intrínseco de una sociedad enferma de criminalidades permitidas. 

Luego nos quejamos, con el archivo de los dolores que solo incumben a quien los padece. Hipócrita, cínico país que recoge las siembras de una pútrida condición que permanece enquistada sin sanación.

Luego nos quejamos de cuánto duele.


Ser previsor es un buen seguro y seguimos trabajando allende decisiones previsibles con esta España disfrazada de honor, allá dónde se oculta la histórica y continuada indignidad.

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